miércoles, 12 de diciembre de 2018

Nuestra lactancia, por Marta Selas


 
   Mi hermana nos ha vuelto a hacer un regalo. Por si no recuerdas el lindo texto que nos ofrecía hace dos años, lo tienes AQUÍ.
    Esta vez nos habla del nacimiento de la preciosa Arianna desde otro punto de vista, hablando de lactancia y de sus comienzos.
    ¿Te apetece leer su relato? Tiene una gran sensibilidad, y emociona mucho. Seguramente en mi caso, parte de esa emoción sea porque soy la tita... 

    Gracias hermana, un placer volver a leerte. Gracias pro permitirme compartir tu sentir.

    Os dejo con ella y sus bellas palabras...

    << Y de repente... "plum" en un segundo siento el vacío en mi vientre y al siguiente el calor en mi corazón. Te ponen encima de mí. Felicidad. Tú. Pequeñita. Con tu pelo negro. Tus pestañas. Envuelta en el olor del hogar que hemos creado estos últimos nueve meses. Te miro. Lloro. Felicidad. Mi niña...


     He leído algo acerca de esto del piel con piel. Tú pegadita a mí, sintiéndonos, conociéndonos por segunda vez tras las paredes de piel. Y te dejo hacer.
Te mueves. Te miro, loca de amor. Te vas acercando tú sola... pero mamá no puede evitar ayudarte un poquito... quizá por ansias de que llegues y ver qué se siente... quizá por ser la primera vez en la que puedo guiarte hacia un fin.
Primer error. Tú sola conoces el camino. Y llegas. Y veo tu boca que se abre medio torpe. Y la veo sumamente pequeña para todo ese pezón. Pero te agarras. Y yo enloquezco. Porque lo has conseguido! Y yo orgullosa. “Mira, mira ya se ha cogido a la teta.” Qué emoción!

     Y es esa emoción la que me ciega, no me deja sentir el dolor. Te duermes. Te miro embelesada, no puedo dejar de hacerlo. Y pienso. Que pequeña. Cuánto pelo. La hemos hecho nosotros. Estaba dentro de mí y ahora está fuera. Qué preciosa es. Me da miedo tocarla por si se rompe.
Papá te coge. Me da seguridad verle contigo. Te pone de nuevo encima de mí. Vuelve el torbellino de sensaciones al sentirnos. Dejo que te acurruques en mi pecho. Abres los ojos. Vuelves a mamar. Esta teta duele un poco, me digo. Será normal. Te duermes.


     Todos vienen a verte. No se porque, pero no me gusta que te cojan. Quiero tenerte yo. Es lo único que necesito en estos momentos. Pero al mundo de esta habitación no le importa lo que me hace falta. Y todos te cogen.
“Ay, Que preciosa.” “Mira el papá que bien le cambia el pañal.” “¿Se coge bien?” “¿Te ha subido la leche?” “¿Es buena? “¿Os deja dormir?” “Igual no tienes buena leche” “yo no le puede dar de mamar, no me subía” “¿Tu cómo estas?”.

    Intento contestar a todo con una sonrisa. No sé cómo, pero lo consigo. Estoy feliz. Cansada, agotada más bien, pero feliz. Bendita oxitocina.
Me da no sé qué sacar la teta delante de todos. No es pudor. Es miedo. He descubierto que a veces te cuesta agarrarte. Y tengo miedo de fracasar. Y de la presión de toda esa gente mirando fijamente. Sudo. No te coges bien. Cambio de teta. Por favor que se vayan. Se van.

     La enfermera pregunta, yo contesto complaciente. Me duele. “Es normal al principio”. Alivio. Menos mal que esto pasará, pienso. Quieres mamar muchas veces y con cada toma más me duele. Pero me han dicho que es normal. Tengo que aguantar.

    Entran tres ángeles en la habitación. Me moría por verlos. Los dos más pequeñitos se derriten al verte y al tocarte. El más grande me calma solo con mirarme. Y yo lloro de felicidad. Esta vez no es la oxitocina. Es una imagen preciosa que me traspasa el corazón. Le explico cómo ha sido todo el parto. Ilusionada. Ella me va escuchando en silencio. A veces habla para explicarme como debería haber sido en realidad. O como no debería haber sido. Y voy pensando lo poco que me había preparado para ese momento. La falta de información que tenía. Y me da rabia.

     Quieres mamar. Duele. Y entonces veo la luz. “No tiene que doler”. Lloro. Siento que llevo dos días haciéndolo fatal, y ni siquiera lo sabía.
Llamo a la enfermera. Necesito ayuda. No sé hacerlo. “Ponte un cojín aquí”; “cógela de esta manera”; “tiene que cogerte más areola”; “cuando veas que tiene la boca abierta mete el pezon”; “que el papá te ayude abriéndole la mandíbula por la barbilla”; “mete el dedo meñique para romper el vacío”; “ponte aceite para esas grietas”; “Ponte crema”; “Ponte tu propia leche en el pezón.” De golpe tengo mucha información, pero no sé usarla. Me siento muy mal. Lo estoy haciendo fatal. Lloro de nuevo.

     Y entonces me planto. Respiro hondo. Te miro. Me digo, esto tiene que funcionar. Me necesitas. Te necesito. Y decido relajarme y dejarme llevar. Me armo de paciencia y empiezo a aprender de ti. Coges el pezón. Duele. Te suelto. Vuelves a cogerte. Duele. Te suelto. Otro nuevo intento. Papi me ayuda a abrir más tu boca. Y por fin. Nuestra primera toma sin dolor. Las grietas están ahí, pero van desapareciendo. Lo hemos conseguido.

     Y toma tras toma nos hacemos más fuertes. Más expertas. No nos hace falta cojín. No nos hace falta nadie que abra bien tu boca. No necesitamos usar el meñique. Ya hemos aprendido. Ambas la una de la otra. Y ahora tenemos una lactancia plena. Una lactancia que ha durado 18 meses y de la que me siento orgullosa.

     Yo no tenía la información. Error de no haberla buscado, de no haberme empapado para un momento tan importante en mi vida. Luego todo el mundo me la dio, desinformándome de algún modo. Consejos de aquí, consejos de allá. No sabes de qué hacer caso y de qué no.
Así que lo único que se me ocurre decirte, si me estás leyendo y vas a ser mamá, es que leas, contrastes informaciones, hagas uso de una asesora de lactancia o de un grupo de apoyo a la lactancia. Y sobre todo, escucha a tu bebé. Y háblale. Guíate por tus instintos y no por los consejos de nadie.

     Todavía hoy hay quien me dice: “qué leche más buena debes tener para criarlos así de bien” y a mí, por dentro, me da un poco de risa. Pero respondo con cortesía. “Todas somos capaces de dar el pecho.” >>





Y tú... ¿te has informado sobre la lactancia?
¿Sabes qué cosas pueden afectar a su establecimiento?


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